sábado, 11 de enero de 2014

Sin título.

Siempre quedan las tardes de café y tabaco de las cuatro y diecisiete minutos de la tarde para plasmar tus pensamientos en una servilleta de cafetería.

- ¿Me trae otro café? Gracias.

Ya es el segundo café y el tercer cigarrillo.
Es tan placentero acortarse la vida;
soy una jodida obsesiva y fracasada. Para colmo me enamoro de desconocidos, y el amor me dura cuatro insomnios y veinticinco canciones.

- Aquí tiene su café Vienés, señorita.

Qué permanentes son en mí las heridas de guerra. Cada cicatriz que decora mi piel lleva alguna historia de amor de las cuales no me quiero acordar, la verdad.

Pero hubo una persona.
Dios, me es tan difícil borrar las marcas que me dejó; aún conservo aquella tarde dónde los dos nos dimos cuenta de lo mismo.
Creo que nunca dejaré de pensar en la mala suerte que tuvimos al no decirnos las cosas claras.
He oído que me olvidaste hace tiempo.

Tampoco quiero convertir esto en poesía o algo así, pero enamorarte en estos tiempos de crisis te sale muy caro.
Y yo ya me he arruinado.

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